El 12 de octubre en los rituales escolares

a propósito del acto de mañana.... Los rituales escolares o –en otras palabras– los actos en las escuelas, ponen literalmente en escena las tensiones simbólicas cada vez que se pretende mostrar “lo que somos” como argentinos o latinoamericanos. Me propongo aquí reflexionar sobre el contenido cultural y político que aparece en el (todavía) oficial “Día de la raza-12 de octubre”. Desde mi rol como formadora de docentes me preocupa no solo desmontar lo que subyace en los ‘decorados’ de los actos escolares, sino también la búsqueda de alternativas para que estas fechas públicas nos permitan mirarnos una y otra vez viendo y mostrando todas nuestras caras. Retomo el significado que Cecilia Olorón propone para pensar los ‘rituales escolares’ sosteniendo que los símbolos patrios y los rituales, los decorados, muestran como son las cosas en los lugares. En esos espacios-rituales habitan y circulan fragmentos de relatos históricos, de memoria colectiva, trozos del patrimonio cultural. En 1917, cuando se establece el 12 de octubre como feriado nacional, la reglamentación sobre las celebraciones de fechas patrias en las escuelas llevaba 25 años en vigencia. Estos rituales buscaban no solo “despertar el corazón” de las nuevas generaciones, sino grabar la nacionalidad argentina en sus conciencias. El ritual escolar puesto al servicio de construir un orden colectivo, donde prima la homogeneidad (como idea) y donde resiste la diversidad (como construcción cultural). Estado e inmigrantes europeos son los actores centrales de esta tensión, pero a menudo ‘olvidados’ también resisten los pueblos originarios que hacia fines del S. XIX siguen estando allí en los ‘rincones del interior’ y también en las ‘periferias de las incipientes ciudades argentinas’. Los festejos del centenario de la Revolución de Mayo pusieron al descubierto la fragilidad que aún poseía la joven ‘identidad nacional’. La inestabilidad es un rasgo inherente a la propia idea de identidad, pero para los sectores dominantes representaba un problema, una amenaza. Nuevamente la escuela aparece como ese lugar donde “inmovilizar al sujeto pedagógico” para extirparle la duda respecto a cuál es su patria. La llegada de los europeos al continente -que luego se llamará América- a fines del S. XV aparece como el acontecimiento ‘raíz de la argentinidad’. Buscando atenuar el sentimiento anti-español que sostuvo el proceso emancipatorio cuatro siglos después. A través de los rituales se transmite información condensada del origen de un nosotros. Así, 1810 marca el nacimiento de la patria que luego será nación considerándose necesario establecer quién era la madre de esa criatura aún frágil e inestable y se depositándose simbólicamente en el 12 de octubre de 1492 el momento primigenio, recordándolo año tras año en las escuelas mediante acto oficial central. Se lo concibe como Día de la raza, apelando a diferenciar en base a este criterio, hoy perimido, quiénes son “unos” (españoles, blancos) y quiénes los ‘otros’ (indios americanos). Entonces en el panteón familiar de la patria se depositan los restos de los abuelos legítimos: los españoles. Negando este espacio de reconocimiento, de fuerte eficacia simbólica, en tanto signo de prestigio y poder a los otros tres abuelos que reconoce Rojas Mix (1991): “En cada región de América esto de los abuelos es algo diferente. En realidad, si hablamos de ellos para indicar nuestras raíces tendríamos que mencionar cuatro. Por orden de llegada: el indio, el español, el negro y el inmigrante”. Si este ritual permaneció casi inalterable en cuanto al sentido que lo sostuvo durante décadas, a partir de 1992 empezó a manifestarse con mucha fuerza la disconformidad hacia los decorados, hacia los actores y los discursos que año a año se trasmite/ía en los rituales escolares. Coincidente con el Quinto centenario, las comunidades de pueblos originarios de América instauraron contrahegemónicamente el 11 de octubre como el último día de libertad creando escenarios bien distintos a los que habitualmente se muestran en los actos escolares. Impugnándose la invisibilidad de todos los relatos posibles, de todas las memorias necesarias para entender las relaciones América-Europa en los últimos 514 años. De alguna manera el tejido social al cual los sujetos pedagógicos se van adhiriendo simbólicamente indica cambios en la manera de pensar (y actuar) la identidad nacional-latinoamericana. Accionando a su vez sobre las formas de suturar pedagógicamente, cambiando el contenido a perpetuar en las nuevas generaciones. Si hasta ahora los rituales del 12 de octubre pretendieron eliminar la diferencia, buscando lo idéntico a perpetuar; hoy son las diversas identidades culturales que pugnan para formar parte de las referencias simbólicas colectivas. Pero aún en la ilusión de que “la repetición es el pensamiento del futuro”, como dice Deleuze, las transgresiones contra el intento de sutura son inevitables. Cada acto acontece una primera y última vez. Y en ellos es posible reconocer las relaciones de poder que operan en su interior tensionando un campo de lucha. Son las prácticas contrahegemónicas las que “interfieren la transmisión completa de la cultura”. Producen la falla, imposibilitan la sutura, posibilitan la historia, generan lo nuevo transformando lo viejo mediante procesos desestabilizadores de las eficacias simbólicas hegemónicas. Habrá que hallar nuevos sentidos y proponer nuevas formas en los rituales escolares. En particular el 12 de octubre es una fecha que permite reflexionar sobre un importante momento de cambios para lo que hoy denominamos el espacio latinoamericano, también nos lleva a recordar a los cuatro abuelos que tenemos en común los pueblos que lo componen. Dando lugar a la diferencia y dotando de nuevos significados a la pregunta ¿quiénes somos? De acuerdo con Grimson, la escuela moderna promovió una identidad nacional basada en un patrón cultural homogéneo: única tradición, una sola lengua, un territorio nacional, un origen étnico, una religión. Hoy se propone pensar la idea de nación desde una perspectiva plural que incluya retazos del tejido social que estaban invisibilizados, tapados por las figuras de la homogeneidad. Cambia la noción de identidad y de cultura. Reemplazar el Día de la raza, otorgar nuevos significados a los rituales escolares es una necesidad imperiosa dado que su existencia se sustenta en ideas racialistas que entraron en crisis luego de los horrores del holocausto judío a mediados del S. XX. Frente a las premisas que lo caracterizan y que se ajustan perfectamente al caso en cuestión, la antropología atacó las bases etnocentristas desde las cuales se explicaban las diferentes cosmovisiones, mitos, celebraciones, ideologías y rituales de la humanidad. Así fue creciendo el uso social y político del concepto de cultura que permite pensar a los otros en términos de diversidad. Lo que implica un problema desde el punto de vista teórico: depende del significado que se le atribuya a la noción de frontera, la raza podría ser reemplazada automáticamente por cultura. Por ello es necesario tener en cuenta que al interior de todo grupo humano existen multiplicidad de desigualdades, diferencias y conflictos. Comprender el carácter histórico y político de la diversidad para permitir una visión más compleja. Si entendemos que una sociedad en un contexto histórico específico comparte una serie de presupuestos, sentidos y prácticas que a la vez son la base de disputas al interior de ella misma frente a otros supuestos, sentidos y prácticas; el reemplazo del 12 de octubre por el 11 de octubre sugiere una práctica alternativa contrahegemónica. Las personas y los grupos se identifican de ciertas maneras o de otras en contextos históricos específicos y en el marco de relaciones sociales localizadas. El nos/otros es al mismo tiempo el resultado de sedimentaciones de un proceso histórico como una contingencia sujeta a transformaciones. Pensar este ritual como un acto simbólico es pensarlo como parte de la cultura, de allí que puede estar al servicio de la producción y reproducción de desigualdades o al servicio de la construcción de nuevos sentidos compartidos. Prof. Florencia Perata